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TALLER CONVERSATORIO SOBRE EL ADVIENTO

En el silencio encendido del tiempo litúrgico, fray Hugo Badilla, nuevo miembro del equipo sacerdotal de Santa Mónica, nos condujo a contemplar el misterio del triple Adviento, esa corriente antigua y siempre nueva que atraviesa los siglos y vuelve a despertar los anhelos más profundos del corazón humano. Su exposición ágil e interesante, (acompañada de preguntas a la audiencia, de ahí el término conversatorio) arraigada en la tradición y proyectada hacia el porvenir, nos invitó a reconocer cómo Dios, fiel a su estilo, irrumpe en la historia con la suavidad de la luz que vence a las tinieblas.

El primer Adviento, el de la humildad, nos recuerda que Nuestro Padre Eterno eligió la pequeñez para manifestarse. Dios se hizo hombre, y al hacerlo abrió un camino de claridad en medio de las sombras que aprisionan al mundo. Fray Hugo evocó aquí a San Agustín, padre de sabiduría y de la interioridad, quien afirma que el hombre es atormentado para purificarse o advertido para convertirse. En estas palabras resuena la pedagogía divina: un Dios que no desiste, que espera, que acompaña con una paciencia infinita el lento despertar de cada alma. Este primer Adviento no es sólo un acontecimiento histórico, sino una invitación a dejarnos modelar por la luz que irrumpe en nuestra propia noche.

En esta dimensión, Él viene como Salvador para librarnos de aquello que nos oprime, esclaviza y secuestra nuestra libertad: el pecado que oscurece la conciencia, el egoísmo que encierra el corazón en sí mismo, la soberbia que lo endurece y lo vuelve incapaz de escuchar. Fray Hugo remarcó que estas cadenas no siempre se presentan de manera evidente; muchas veces se ocultan bajo hábitos cotidianos, decisiones tibias o afectos desordenados que van robando silenciosamente la libertad interior. Por ello, la vigilancia —esa actitud que define este Adviento presente— se vuelve una disposición esencial: estar atentos para reconocer las cadenas que se ciñen sin ruido y, sobre todo, para acoger al que viene a romperlas.

La reflexión avanzó luego hacia el Adviento intermedio, la venida íntima y personal que se despliega en el tiempo presente. Esta segunda venida ocurre en el recinto secreto del corazón, allí donde la vigilancia se vuelve una forma de amor. Fray Hugo subrayó que esta vigilancia no es temor, sino atención amorosa: un vivir despiertos, dispuestos a reconocer la voz que llama en los pequeños gestos, en los silencios fecundos, en la palabra que consuela y en el deber cotidiano que purifica, en el ejercicio de la caridad y del amor y aprovechar la inmensa paciencia de Dios para obtener esa purificación.  Este Adviento oculto nos exige apertura y constancia, porque es aquí, en la vida que transcurre, donde Cristo decide visitarnos sin ruido y sin prisa.

La segunda venida, entonces, no es un acontecimiento distante, sino una experiencia existencial. Cristo se adentra en la interioridad de cada creyente para liberar, sanar y restituir la armonía perdida. Se presenta como el compañero que quiebra las cadenas invisibles, como la brisa que limpia el aire viciado de las pasiones, como la luz que diluye la penumbra de las culpas acumuladas. Su llegada transforma la vigilancia en esperanza, la introspección en apertura, la lucha interior en camino de gracia.

En esta corriente sagrada que une los tiempos, emerge también la tercera venida: el Adviento futuro, aquel horizonte último donde la historia encontrará su plenitud. Si la humildad del Dios encarnado y la visita silenciosa del Cristo interior transforman el presente del creyente, esta venida final abre un umbral donde la esperanza adquiere un fulgor definitivo. Es el momento en que la luz, que ya disipó tinieblas y encendió corazones vigilantes, se mostrará sin velos.

San Agustín enseña que esta tercera venida será el juicio manifiesto, el día en que todas las naciones se reunirán ante Aquel que es justicia y misericordia. No se trata de un juicio que aterra, sino de un encuentro que revela. La verdad que ahora percibimos como destello será claridad plena; lo que en la vida interior avanza entre dudas y búsquedas será entonces plenitud comprendida. Allí, el amor será medida y la fidelidad será corona, pues cada gesto humilde, cada vigilancia silenciosa, cada lucha interior por la libertad encontrará su sentido en la mirada del Señor que viene a consumar todas las cosas.

Así, el triple Adviento se convierte en una sinfonía de tiempos que se abrazan: la humildad del pasado que ilumina, la visita presente que transforma y el juicio futuro que glorifica. Mirar atrás con gratitud, vivir el presente con atención sagrada y abrir el porvenir con firme esperanza es la senda del creyente que, como quien sigue el cauce de un río antiguo, avanza hacia la plenitud que Dios ha prometido desde siempre.

De esta forma, el taller conversatorio de fray Hugo Badilla se convierte en una invitación: mirar atrás con gratitud, vivir el presente con amor y entrega a Dios y al prójimo y mirar el futuro con una esperanza que, como luz antigua, jamás deja de renovarse. No te pierdas los tres talleres restantes el 8, 15 y 22 de diciembre,  te felicitarás por haber asistido.

Colaboración: Mari Carmen Benítez Rincón. Ministerio de Comunicación.

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