En el segundo día del Triduo Pascual, la comunidad del templo de Santa Mónica se reunió para rezar el Vía Crucis, devoción que nos ayuda a recordar la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo.
Este año contamos con la representación de la parroquia El Señor del Buen Despacho (“Tlaco” como le decimos coloquialmente, por estar en el parque de Tlacoquemécatl) que tuvo a su cargo dos estaciones del Camino del Calvario; por su parte, El Buen Despacho correspondió a la cortesía, invitando a la rectoría de Santa Mónica a colaborar con dos estaciones en el Vía Crucis que rezaron a las 10:30 de la mañana.
Una gran cantidad de gente se reunió en el atrio de Santa Mónica, donde el rector inició el recorrido que se haría por el parque de San Lorenzo, no sin antes dirigirnos unas palabras que nos recordaron el sufrimiento de Jesús y nos alentó a pedirle al Señor que nos deje caminar la vía dolorosa junto a Él, que no dejemos que nos roben la esperanza y que escuchemos su voz.
En una clara demostración de que queremos ser una comunidad incluyente, se invitó a diferentes ministerios a colaborar en la representación de las estaciones del Vía Crucis, y así encontramos a miembros de pastoral juvenil (JAR), pastoral familiar, mayordomía de San Lorenzo, sacristía, pequeñas comunidades y MESAC (Ministros Extraordinarios de la Sagrada Comunión), sin olvidar a nuestros hermanos de “Tlaco”.
Como muestra de la unidad que debe haber en la Iglesia católica, sin importar su ubicación, se invitó al padre Alberto Orozco del Pino, miembro del equipo sacerdotal de El Señor del Buen Despacho, para hacer la reflexión final a los momentos que acabábamos de vivir.
El padre Alberto fue conciso: nos indicó que debemos guardar el decoro con Dios, no sólo en las formas, sino en el fondo; las pruebas que la vida diaria nos presenta, debemos utilizarlas para nuestra santificación; que la deshidratación espiritual la mitiguemos con el agua de la oración.
Por la tarde, en el templo de Santa Mónica, el altar desnudo nos recuerda que hoy no hay celebración eucarística y en su defecto tenemos la Liturgia de la Palabra; inicia esta conmemoración con la entrada del celebrante y concelebrantes quienes se postran con la cara al suelo, en recuerdo a la agonía de Jesús; posteriormente se proclaman la lectura de Isaías (el siervo sufriente), el salmo “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”, y Carta a los Hebreos, continuamos con la lectura del texto completo de la Pasión según San Juan.
En su homilía fray Melchor hace hincapié en que Jesús fue humillado al extremo. ¡No obstante, Jesucristo, en medio de su dolor pidió a Dios perdonara a todos, porque no sabía lo que hacían!
Que el ejemplo de Nuestro Señor nos sirva en la vida diaria para ser mejores cristianos.
A continuación, se rezó la oración universal que este día se reza exactamente igual en todo el mundo.
Se ora por la Iglesia, por el Papa, por el obispo y demás miembros del clero, por los catecúmenos, por la unidad de los cristianos, por los judíos, por los que no creen en Cristo, por los que no creen en Dios, por los gobernantes y por los afligidos.
Hicimos lo que se denomina Adoración del Árbol de la Cruz, en la cual se va descubriendo en tres etapas el crucifijo, que está tapado, mientras en cada una se canta “Mirad el árbol de la cruz, donde estuvo clavada la Salvación del Mundo” y se responde ¨Venid a adorarlo”. Los sacerdotes besan la cruz y posteriormente la feligresía.
Después, tanto el oficiante como los fieles rezamos el Padre Nuestro y una vez que rezamos el Cordero de Dios, se distribuyó la comunión.
Se nos invitó a acompañar a la Virgen de la Soledad y junto con ella esperar la Resurrección del Señor, lo cual hicimos en una procesión en silencio, alrededor del parque San Lorenzo, silencio que era matizado por el sonido de una matraca a manera de llamada y respondida por un tambor. La gente quería participar en la procesión, no solo acompañando, sino también quería tener el honor de transportar a la Virgen en andas por lo menos un minuto. Se veían familias completas caminando en orden, lo mismo niños que gente mayor, todos unidos en meditación, en reflexión personal. ¡Fue un momento impresionante y muy emotivo!
Terminada la procesión, regresamos al templo donde rezamos el Santo Rosario como muestra de pésame a la Virgen.
¡Así finalizamos los oficios del Viernes Santo; gracias Señor, por tantas bendiciones!
Colaboración: Mari Carmen Benítez R. Ministerio de Comunicación.