Para dar inicio al Triduo Pascual correspondiente a este año, en Santa Mónica tuvimos una solemne misa presidida por fray Wilfrido Yépez López, concelebrando fray Melchor Benito Benito quien es nuestro rector y fray Gerardo Ruíz Murillo.
Un templo prácticamente lleno recibió a la procesión en la cual participaron niños, jóvenes y adultos, todos muy contentos por aportar con su presencia el realce necesario a tan señalado día.
El Jueves Santo es una fecha muy importante para nosotros los cristianos porque en ella se llevan a cabo cuatro momentos cruciales: a) el lavatorio de pies a los discípulos, aquí Nuestro Señor da muestra de lo que es la humildad, el servicio y la igualdad; b) Jesús instituye la Eucaristía dejándonos Su cuerpo y Su sangre en el pan y el vino; c) instituye el sacerdocio al instruir a sus apóstoles: “hagan esto en conmemoración mía”; d) da a conocer un nuevo mandamiento: “ámense los unos a los otros como yo los he amado”.
En su homilía, fray Wilfrido nos indica que nosotros estamos invitados a nutrirnos del cuerpo inmolado de Jesús resucitado por Dios; nos hace percatarnos de que Juan es el único evangelista que recuerda el momento en que Jesús lavó los pies a sus discípulos la noche de la Última Cena, así como que hicieran acciones de humildad, sacrificio y servicio unos con otros, como Él lo había hecho; Jesús es el verdadero cordero pascual, lleva a plenitud el proyecto de liberación que Dios ideó, se entrega a través de la muerte que es el comienzo de una presencia nueva y permanente entre nosotros, Su cuerpo nos fortalece y Su sangre nos limpia de pecado, siempre y cuando nosotros actuemos en concordancia con los mandamientos del Señor.
Al terminar la homilía procedió el celebrante al lavatorio de pies; para ello, doce niños que acuden al catecismo, previa autorización de sus padres, participaron en representación de los apóstoles y fray Wilfrido hizo el lavatorio uno por uno, emulando así lo hecho por Nuestro Señor Jesucristo en la Última Cena.
Al finalizar la Celebración Eucarística, el Santísimo Sacramento fue llevado entre cantos de alabanza al Salón San Agustín donde fue reservado con toda solemnidad por parte de fray Wilfrido.
Mientras, en el atrio, para la gente que no podía quedarse a la Hora Santa, los miembros de la mayordomía de San Lorenzo, generosamente obsequiaron pan bendito y manzanilla en flor; de acuerdo a la tradición, el pan es para compartir con aquellos que no pudieron ir a misa y por lo tanto no comulgaron, también es símbolo de caridad; la manzanilla significa que la comunión es medicina para el alma. La capilla de San Lorenzo se mantuvo abierta como lugar de adoración al Santísimo Sacramento y aquí también la mayordomía obsequió pan y manzanilla a los asistentes.
La Hora Santa magníficamente lograda, fue organizada por el Ministerio de Proclamadores; por medio de un diálogo entablado con Jesús, nos llevaron al mismo cenáculo en Jerusalén donde el Señor cenó por última vez con sus discípulos, haciéndonos partícipes de lo ahí vivido, haciéndonos sentir por momentos, miembros de su grupo de discípulos, retratando a los seres humanos débiles que somos, pero que queremos ser mejores, queremos ayudarle, queremos ofrecerle nuestro hombro, nuestro apoyo; vamos con Jesús al huerto de Getsemaní, donde nos invita a acompañarle en la oración que dirigirá a nuestro Padre, pero nuestra voluntad es flaca y nos quedamos dormidos una, otra y otra vez, aquí no podemos decir que la intención es lo que cuenta; queremos preguntar al Señor: ¿Te sientes bien?, ¿Tienes miedo?, ¿Sabes que estarás solo? Pero sólo se queda en deseo de preguntar, porque sabemos que Él sabe lo que se avecina y por ello suda sangre; en otra oportunidad, tenemos la tentación de decirle: vete Jesús, no tienes por qué sufrir tanto, pero después recordamos que sin Él no hay salvación y por eso mismo, hará el enorme, indescriptiblemente doloroso sacrificio de ofrecer su vida a cambio de nuestra libertad y es entonces que pedimos a nuestro Padre Dios te infunda el valor para seguir adelante.
Que esta Hora Santa nos sirva de reflexión con respecto al inefable amor de Dios hacia nosotros al permitir que Su Hijo Jesucristo cargara con los pecados de todo el mundo, para liberarnos de los nuestros, alcanzando así la redención y en su momento, la vida eterna.
Colaboración: Mari Carmen Benítez R. Ministerio de Comunicación.