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VISITA AL BANCO DE MÉXICO Y PALACIO DE ITURBIDE

Recientemente tuvimos  la fortuna de participar en una visita organizada por el Ministerio de Cultura que resultó ser sumamente interesante. El itinerario incluyó dos paradas muy distintas entre sí, pero que en conjunto ofrecieron una visión fascinante de México: la bóveda del Banco de México y el Palacio de Iturbide, donde se exhibe una muestra dedicada a la obra de Miguel Covarrubias.

La experiencia comenzó con una visita a la bóveda del Banco de México, un espacio que, más allá de su función financiera, tiene un peso simbólico enorme. Ingresar ahí, donde se resguardan parte de las reservas del país, específicamente las internacionales, fue como asomarse a la parte más tangible y material de la soberanía nacional. Los muros reforzados, el diseño meticuloso, las normas de seguridad… todo transmite la seriedad de un lugar que rara vez se abre al público. Pero lo que realmente nos impactó fue la explicación que nos ofrecieron los guías sobre la historia del banco y su papel durante distintos momentos críticos de la economía nacional. Aprendimos , por ejemplo, cómo el Banco de México ha funcionado como un pilar de estabilidad en tiempos de crisis, y cómo detrás de las decisiones técnicas hay también una dimensión humana y ética.

Después de ese primer acercamiento a los valores materiales de la nación, cruzamos unas pocas calles para llegar al Palacio de Iturbide, y allí, de forma casi poética, nos encontramos con el otro rostro del país: su riqueza artística y cultural. Este contraste fue uno de los aspectos más llamativos  del recorrido.

En el Palacio de Iturbide, un edificio impresionante por sí mismo —con sus patios en cantera, sus salones de altos techos y su aire de historia virreinal—, nos esperaba una exposición que nos marcó profundamente: una gran muestra dedicada a Miguel Covarrubias. Conocíamos su nombre, claro, pero esta visita nos permitió descubrir a fondo su vida y su obra, y sobre todo, su extraordinaria versatilidad como artista.

Miguel Covarrubias fue un verdadero cosmopolita. Nacido en 1904, mostró desde muy joven una sensibilidad especial para el dibujo y la observación aguda. A los 19 años, gracias a una beca, viajó a Nueva York, donde se insertó rápidamente en el ambiente cultural de la época. Sus caricaturas comenzaron a publicarse en revistas como Vanity Fair y The New Yorker, y pronto se convirtió en una figura conocida entre intelectuales, artistas y celebridades de los años veinte y treinta. Ver algunas de estas caricaturas en la muestra fue como mirar con humor y estilo a toda una época: retratos de Josephine Baker, Langston Hughes, Greta Garbo, y otros iconos, llenos de ingenio pero también de profundidad.

El fuerte de Miguel Covarrubias no fue sólo pintar ciudades elegantes o hacer ilustraciones bonitas —¡para nada! Lo que más nos sorprendió (y emocionó) fue descubrir su lado aventurero como etnógrafo y explorador visual. Le fascinaban las culturas originarias, no sólo de México, sino también de lugares tan lejanos como Bali y Timor. No iba como turista, sino como alguien que quería aprender, entender y mostrar al mundo formas de vida diferentes a las occidentales. Todo eso lo plasmó en dibujos, pinturas ¡y hasta en libros!

Cuando regresó a México, Covarrubias se volvió un verdadero puente entre culturas. Se rodeó de artistas como Diego Rivera y Tina Modotti, y trabajó en proyectos muy  importantes, como el Museo Nacional de Antropología, donde dejó su huella en las salas de Oaxaca y el Golfo.

La exposición en el Palacio de Iturbide refleja todo eso. Una de las salas más impactantes fue la de sus mapas: no mostraban países separados, sino personas conectadas, culturas entrelazadas y rutas que cuentan historias. ¡Un genio total que supo ver el mundo con otros ojos!

 

Salimos de la exposición no sólo admirando su talento, sino sintiendo que habíamos conocido a alguien profundamente humano, curioso, comprometido, y con una mirada del mundo que aún hoy se siente vigente.

Esta visita nos recordó que México no solo resguarda su riqueza en bóvedas de acero, sino también —y sobre todo— en su patrimonio artístico, en sus creadores, y en quienes se esfuerzan por mantener viva esa memoria colectiva. Visitas como esta son una invitación a mirar con nuevos ojos lo que somos y de dónde venimos.

Colaboración: Mari Carmen Benítez Rincón. Ministerio de Comunicación. Fotografía: Norma Canales.

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